Cómo puede ser que un taller quepa en un camión


   
AL FINAL NOS ECHAMOS A VOLAR


Me habían contado que con un motor de lavadora se podía fabricar un torno, pero son cosas de chicos, jamás me atrevería. Sin embargo Oscar no se lo pensó dos veces, estaba dispuesto a intentarlo, me pidió medidas porque yo tenía más idea y en unos días teníamos torno. Lo instalamos en la "pallisa", la habitación de Jara, la perra, el lugar más humilde de la casa. Nos animó mucho empezar a tornear. Ya teníamos mesa, torno y barro. No teníamos donde cocer así que llevábamos las piezas al taller de un amigo. Así pudimos empezar a trabajar. Pero el torno casero resultaba rudimentario, para cambiar de velocidad tenías que levantarte, rodear y girar una llave.  
Pasado un tiempo, mirando por internet tornos y material cerámico encontramos un señor que vendía un taller completo en Albarracín y tras apalabrar, animados por el empuje de la juventud viajamos hasta Albarracín en busca de nuestro futuro taller.
  
La aventura empezó un día de verano del 2012. Junio... Viajamos a Albarracín temprano. Aquel día, tras un no parar durante toda la mañana conseguimos cargar todo en un camión, gran camión, para  un gran taller. La verdad es que aquel taller lo tenía todo, no en vano venía de las manos de un gran ceramista, poseedor por ejemplo de un Alfa de oro por su trayectoria de investigación en los reflejos metálicos.
Allí estaba aquel taller, encerrado en una nave, lleno de polvo, con sus tornos, sus hornos, sus estanterías y demás golosinas que solo un ceramista sabría apreciar. Tuve miedo. Era la primera vez que veía de cerca un horno de gas. Pensé, esto no va a salir bien.
Oscar brillaba con esa luz de alegría que tiene quien sabe que está haciendo lo correcto. El me decía !qué guay, te gusta? y yo miraba esos hornos llenos de polvo... El tiempo me enseñó que solo estaban dormidos. Y ya estábamos de vuelta de Albarracín, de conocer a nuestro amigo Antonio. El nos cedió su taller, pero no solo eso. También compartió con nosotros su sabiduría. Nos enseñó a cocer y nos facilitó sus fórmulas. Aún hoy se preocupa si tenemos alguna duda. Sobre todo nos genera confianza en este mundo inhóspito del arte cerámico. Estaremos eternamente agradecidos Antonio. Fuiste tú quien nos introdujo en el mundo de la química y del fuego, aunque Oscar parecía que había estado cociendo toda su vida. Tu enseguida nos echaste el ojo y dijiste "Vosotros hacéis buena pareja para la cerámica porque os complementáis". Y continúa siendo así, uno de agua, otro de fuego, y ese fino hilo rojo que une a las personas que están destinadas a estar juntas por toda la vida. 


Hoy me pides un botijo y digo que no

Torneando mano a mano. Sin más empecé a enseñarle todo lo que podía saber sobre cómo moverse en un taller, el torno, el barro, el agua...pero fue cuando encendió el horno por primera vez cuando se dio cuenta de qué parte de la cerámica estaba hecha para él, el fuego.  
Yo soy de agua. Yo continuaba mi desarrollo en el torno, la escultura y la sensibilidad para comunicar a través de la cerámica. No en vano, había estado años estudiando cerámica artística en Castellón.  Pero en una de las excursiones desde mi escuela de cerámica de Castellón a un pueblo, Alcora, a una demostración de torno antiguo, fue cuando encontré a un señor que me cautivó. Un  alfarero de toda la vida, de tradición familiar de más de trescientos años, con muchos hijos, cinco, pero sin ninguno que quisiera heredar su técnica. Esto ya me pareció triste. 
Pidió al grupo que íbamos un voluntario para probar el torno y nadie salió. Sus ojos reflejaron una tristeza, una resignación, una actitud derrotada... El trabajo de toda su vida y la vida de sus familiares tocaba a su fin. Quitándose el barro de las manos como tantas miles de veces lo hizo en el pasado, con aire ausente, nos abrió su corazón, nos contó que nadie continuaría con su tradición familiar, que trescientos años de alfares acababan aquí, que la labor de sus tatarabuelos se estaba perdiendo, sin remedio. Algo hizo saltar mi corazón. Me acerqué y me ofrecí para tornear un poco, algo me empujaba a acercarme a él. Este fue el comienzo de una gran amistad. Hice tres o cuatro cursos con él. Le ayudaba en ferias de los pueblo vecinos. Asistía a demostraciones de ayudante con él. Así, de un enamorado de la alfarería empecé a conocerla y a pensar que la alfarería podía tener un hueco en esta sociedad. Yo fui como una esponja, me empapé de sus posturas, de sus manos. 
Pasado un tiempo, gracias a las clases de torno pude coincidir con Óscar. Esta es la magia que me ocurrió al conocer a este señor alfarero, que me llevó a Alcora donde Óscar trabaja. En fin. Continuando con la alfarería. 
 Qué equivocada estaba. 
Cuando empecé en mi propio taller a hacer alfarería y a intentar venderla en las ferias de los pueblos me di cuenta de que era una ardua labor que nadie apreciaba. Las piezas se vendían cada vez más baratas pero me costaban mucho sacarlas a flote. Esto no marchaba bien. Mucho trabajo y poco reconocimiento.
Me estaba ahogando. Necesitaba volver a deleitarme, volver a lo artístico. Dejar de sacar tinajas y más tinajas, que vendía por cuatro duros. Pero ahora me enfrentaba a un problema, que las manos me iban solas, tan a fuego se me grabó... Las vasijas salían sin querer. Cántaros, lebrillos, botijos. Un sin fin de tipologías aun sin querer. Creí que nunca sabría hacer algo que no fuera un botijo. Qué desespero. Hasta que un día me cansé y me propuse cambiar completamente el sentido de mi taller. 
Me cansé de que la gente pusiera precios irrisorios a mis obras. Me cansé de escuchar a Antonio Guillén que la alfarería no tenía futuro. Me cansé de que la gente que no sabe apreciar la cerámica opinara que los precios eran altos. Me cansé. Creo que toqué fondo. Y poco a poco desterré de mi taller todo resto de cerámica utilitaria para emprender una gran labor de investigación sobre piezas decorativas, con mensaje, de fuera de España, de orígenes diversos. Empecé a memorizar formas nuevas y a intentar sacarlas en el taller. Empecé a buscar ideas en internet, en libros de cerámica. Escuchaba a conocidos, que pedían piezas nuevas, raras. Me costó mucho pero poco a poco empezaron a irme las manos de nuevo, a salirme lo que buscaba. Un par de años pero lo conseguí.
Hoy trabajamos solo con cerámica artística, al torno, escultórica, mural... Estamos estudiamos libros sobre reducciones, cristales, rakú... Hemos dado el salto por fin.
En mi blog personal hay una página para los nostálgicos de la alfarería que se titula "adiós, alfarería, adiós", en ella podéis viajar en el tiempo hasta hace doscientos años.

Estamos de pleno en la aventura de la vida, la vida del ceramista, y que no se acabe!!!


Óscar y los platos. Cómo aprendiste de rápido y cuántas se nos cayeron. Fuerte, siempre te ha gustado manejar kilos sobre el torno. 

 
Aquel verano fue el primero de muchos en el que tuve tiempo para mí. Para mi nuevo taller. Llené moldes de porcelana, torneé, esgrafié, esmalté, esculpí.  Lo probé todo, menos cocer, el gas me daba mucho respeto. 


Preparando un esmalte. Un verde alfarero. En esta época yo ya había estudiado, fritas, esmaltes, óxidos y pigmentos. Pero me empeñaba en hacer alfarería. La última cocción de este tipo fue el año pasado (2017) para la feria de la naturaleza y aquí se acabó. Yo creo que tenía muchos conocimientos pero me faltaba seguridad, el decir Yo puedo. Yo he estudiado, yo entiendo. Ahora ya no me pasa. Me atrevo con todo. 


 Terminando de cargar el horno. Primera cocción con el talismán. En esta cocción le mostré a mi compañero cómo se carga un horno. Cómo distribuir las piezas por alturas, cómo aprovechar sitios, cómo equilibrar el conjunto. Una vez fue suficiente.


Controlando la atmósfera del "potito". Ahora es una tarea que compartimos. Pero, así como el esmaltado prefiero hacerlo yo, porque soy más pulcra, el horno es de Óscar, es más decidido. Al fin y al cabo somos uno de agua y otro de fuego. 



Al principio, en las primeras hornadas, estuvimos cociendo en oxidación
y conociendo los hornos, las temperaturas y la  maduración de los esmaltes.
Luego empezamos a investigar la atmósfera reductora.



La atmósfera reductora es difícil y delicada, pero en ella, se producen
mutaciones en el color de los esmaltes que resultan fascinantes
El ejemplo mas evidente y atractivo es  el reflejo metálico


Qué alegría se experimenta a la hora de abrir el horno. Has pasado horas torneando, horas escogiendo el esmalte que mejor le va a la pieza, horas esmaltando y horas cociendo y por fin es el momento de abrir el horno y ver lo que a salido.




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